domingo, 16 de agosto de 2009

Invierno en el Desierto.


Amanece, y es como tener todo el tiempo del mundo.
Como si realmente el tiempo te diera tiempo esencialmente para disfrutar de aquellas cosas que damos por seguras cada día: el aire, el sol, una taza de café, una tortilla de harina, el silencio...

Puedes oir el vuelo de la mosca, el graznar del cuervo, el bramido del becerro en el corral, el viento entre los arbustos, tu respiración pausada y hasta el crujido de los brotes del mezquite queriendo reventar temprano para abrirse paso al infinito.
Es como tener tiempo para hacer un recuento de los años. Redescubrir los días olvidados en los cuales también fuiste feliz y libre de imposiciones mundanas.

A lo lejos, los cerros grises y azulosos así como la llanura amarilla y seca dominan el horizonte, y diáfano el día se desliza pian pianito dándote la oportunidad de buscar el vuelo de las grullas que regresan rumbo al Norte, siempre al Norte.
¿Que tiene el Norte que tanto atrae?
Una promesa de abundancia, el sueño de El Dorado, la continuidad vital, el reencuentro con vidas grabadas en la memoria grupal.

El Sol, grandioso, sigue su camino viejo prodigando motivos para querer vivir. Yo me tiro boca arriba en el suelo permiténdome ser un puente viviente entre Tierra y Cielo llenando asi mis ojos de Azul y borrachito de luz, me entra el medio día.

Transparencia. Unidad. Libertad.

Y tonos ocres y rojizos y cafés y verdes oscuros de ésta vegetación latente que sigue en espera de sus días mejores.

Bajo éstas circunstancias no queda mas que asombrarte y darte cuenta de lo mucho que tienes y de lo poco que necesitas; de añorar lo que querías Ser y saborear lo que ahora Eres. De no desear tener más que lo que te has procurado.

Hace unos días llovió, y en ciertas parte de la Sierra Tarahumara, nevó. Ése viento que viene del Oeste obliga a cubrirte del frío ya vespertino y repecharte en ésa pared expuesta al sol.
Llegan los de a caballo, y nos disponemos a reseñar el ganado. A vacunar las vacas y desparasitarlas, a inyectarles vitaminas y a bañarlas.
El sol (¡todos los días el Sol!), empieza a caer mas allá de los treinta grados, y por momentos, entre el polvo que levantan las vacas y los toros y sus crías, en medio de los gritos vaqueriles, me doy tiempo para hacerle caso en su caída cotidiana plena de colores y nostalgia por el tiempo que se llevó para montar su espectáculo.

La noche se hace y arrecia el frío. ¡Las estrellas explotan! y una taza de café y unas tortillas de harina me esperan para ser calentadas y engullidas ávidamente. Entonces, a amasar los sueños para el Nuevo Amanecer.

Y éste Invierno en el Desierto se acurruca en mi regazo como nunca otro...

No hay comentarios:

Publicar un comentario